Contemplación Semanal #18 / NUBES, ARCOIRIS & HORIZONTES TEOLÓGICOS

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Descripción de la Escena: Alpes suizos a cientos y quizás miles de metros de altura, viajando desde Buenos Aires rumbo a la ciudad de Berlín, el día de ayer.

Mientras contemplaba así la majestuosa situación de sobrevolar este famoso espacio, al mismo tiempo era testigo de una segunda dimensión de belleza natural, y casi sobrenatural: aquella del cielo mismo. Estudiando estos días “The Passion of the Western Mind” (La Pasión de la Mente Occidental), su autor Richard Tarnas expresa cómo en ciertos círculos de la antigua Grecia, los cielos y su contemplación y análisis representaban un más que claro tipo de acercamiento hacia la realidad divina, siendo que sus movimientos claramente indicaban otra especie de tiempo, otro mundo de leyes diferente al que aquí domina. Ahora bien, ese mismo cielo supo detonar en este instante aéreo una importante noción, la que muchos de nosotros ha tenido o sigue teniendo: comparar al cielo espiritual con el cielo material, e imaginar la morada divina en términos de una estadía en este último.  

No pude sino intentar imaginarme, con mi máxima capacidad de idealizar e incluso fantasiar, cómo, en un sentido concreto y tangible, uno proyectaría su residencia en el cielo eterno, de ser este último aquel que contemplaba desde mi vuelo. Pues básicamente solo se veían nubes y más nubes, una interminable extensión de campos de algodón flotante, todo lo cual no dejaba de ser una experiencia de alto rango estético, pero la cual no ofrecía una perspectiva demasiado dinámica a la hora de yo verme allí por siempre, sentado en una de ellas ad infinitum. Comencé entonces a barajar las diversas posibilidades de alojamiento en dicho sitio, olvidándome por un momento que soy un Gaudiya Vaisnava con una meta muy puntual en última instancia. Algunos de los resultados que surgieron de semejante experimento, los comparto a continuación:

/ Siguiendo el posible ADN judeo-cristiano que muchos aún nos acompaña, podría concebir mi estadía en el cielo eterno desde un lugar sumamente ensimismado, pudiendo allí incurrir en todo aquello que en este mundo más me fascina, pero sin repercusión kármica alguna. Esto me recuerda una famosa escena de Los Simpsons, en donde Homero se halla en su nuble reclinable personal yendo hacia arriba y yendo hacia abajo con su bebida favorita en mano, estando lo suficientemente entretenido como para desear algo más. En otras palabras y dentro de este marco, nuestra idea del cielo es muy posiblemente una inevitable proyección de nuestra experiencia y apegos actuales, en donde nos veremos haciendo todo aquello que mayor deleite egoísta nos provee, con la diferencia de ya no experimentar las consecuencias de tales actos en términos de acción-reacción. En lo personal, más que una idea del cielo, semejante propuesta me resulta más cercana al infierno que a cualquier otra cosa, utilizando incluso a Dios y su morada para terminar de acomodar nuestras propias y caprichosas impurezas, poniendo lo supremo al servicio de nuestra falta de amor. En las palabras de Thomas Merton, “estar en las puertas del infierno significa ver a todo y a todos girando en torno a uno”.

/ Una posiblidad un tanto más sáttvica pero no demasiado diferente (siendo sattva una de las tantas expresiones de la influencia no-trascendental), es la de uno concebirse en el cielo tocando eternamente el arpa y cantando “Aleluya” a perpetuidad, liberado de todo vestigio de angustia y dolor. Mientras que quizás en esta idea no existe un espíritu explotativo como en el caso anterior, sí aún persiste la necesidad de moksa, o el experimentar aquel alivio que surge del uno liberarse del sufrimiento. Aquí quizás no estaremos forzando nuestra experiencia actual dentro de lo eterno, pero sí nos mantendremos apegados a la idea de que dicho plano aún nos sirva de una forma u otra, al proveernos paz y tranquilidad, sin estar aún demasiado interesado en cómo ofrecer un servicio personalizado y diversificado a todo un mundo lleno de seres divinos allí presentes.

Aburrido con estas dos primeras propuestas (y sin sinceramente poder pensar en algo demasiado diferente a ello), naturalmente retorno a la conclusión develada por el Vedanta devocional: un plano eterno donde tanto Dios como mi persona (y tantos otros) existimos, y se brinda una clara descripción de cómo dicha existencia se expresa y desarrolla a diario. Muy a diferencia de otras tradiciones (que no deseo criticar, pero sí objetivamente describir) en donde prácticamente no recibimos información alguna acerca de qué es lo que ocurre “al otro lado”, en la escuela a la que afortunadamente pertenezco (así como en muchas de sus ramas y vertientes cercanas) se nos informa no solo quién es Dios, sino cuáles son sus múltiples nombres de acuerdo a sus diversos vínculos, cuál es la naturaleza de su morada y habitantes, cuál es el tipo de amor que predomina allí y en definitiva, todo un planteamiento de cómo la trascendencia se desenvuelve en su propia y única estructura social, psicológica y amatoria.

Por lo que así como existe una definición más bien genérica de lo divino, se concluye que en la medida en que nuestro anhelo por ello progresa, mayor necesidad tendremos de un tipo de especificidad, como en toda relación incluso en este plano: no solo nos contentaremos con saber/experimentar que Dios existe, sino que querremos ir más allá aún. Así como en relación al Sol alguien puede ni siquiera notar su presencia, alguien más puede sí hacerlo pero seguir su vida sin mayores cambios mientras que alguien más dedicará ciertos momentos del día a agradecer el aporte del Astro Rey, y finalmente una última persona se preguntará quién reside en dicho planeta, y cómo podría adquirir un cuerpo ígneo para vivir allí y reciprocar personalmente a todo lo recibido en términos de luz y calor, similarmente alguien no se contentará con saber que Dios existe ni con ofrecer ciertas oraciones circunstanciales, sino que más bien cultivará un ferviente deseo por habitar su morada de manera puntual y específica, envuelto bajo la influencia del svarupa-sakti, quien este caso representaría aquella luz/conocimiento y calor/afecto que nos permitirá eventualmente desarrollar nuestra identidad espiritual.

Y una vez llegado allí (o más bien, una vez que nos determinamos a proyectarnos en esa dirección) tendremos que continuar avanzando en muchas direcciones, para dar a nuestra búsqueda un carácter más y más concreto, todo lo cual dará lugar a un tipo de afecto específico, relacionado a un aspecto y morada particular de lo divino. Y esto no solo se refiere a seleccionar entre diversos senderos espirituales, sino incluso a destilar nuestro progreso dentro de una misma tradición, hasta un punto ya irreducible, en donde no tengamos otra opción que absorbernos en una dirección en particular por siempre. Por ejemplo: alguien puede no concebir lo divino y eventualmente llegar a hacerlo pero ello no será suficiente, pues la siguiente pregunta será qué manifestación divina planea adorar. Si, por ejemplo, tal persona se ve llamado por el hinduísmo, la encuesta continuará consultando si nos vemos atraidos a un aspecto impersonal o personal de Dios. Si escogemos la opción personalista, a continuación se nos preguntará cuál de todas esas formas, avataras, etc., y si por ejemplo escogemos “Krishna”, se nos preguntará cuál de todos esos “Krishnas”: ¿el Krishna de Dvaraka, Mathura o Vrindavana? Si escogiésemos Vraja-Krishna, la pregunta siguiente indagará acerca de qué relación anhelamos tener con él (sakhya, madhurya, etc.) y si quizás respondemos madhurya (como suele ser la tendencia de nuestra sampradaya) luego se nos preguntará sobre qué tipo de madhurya: ¿svakiya o parakiya? Si la respuesta es el último caso, entonces luego tendremos que definir qué tipo de parakiya-bhava: sambhogecchamayi o tad-bhavecchatmika y así sucesivamente, hasta llegar a aquel punto irreducible donde ya no podremos elegir algo más, pero donde sí podremos continuarnos desarrollando infinitamente, dentro de una de tales ilimitadas opciones. Y a esto podríamos agregarle la opción en paralelo de servir a Gaura en Nitya-Navadvipa, pero por el momento no deseo complicar tanto el tema.

Así, en relación al particular regalo del gaura-lila y su amplio y diversificado portal en relación a Vraja, nos encontramos con todo un caleidoscopio de oportunidades, mucho más allá de la simple y arcaica noción de habitar una nube por la eternidad, sin saber qué mucho más hay para hacer allí. Es por ello que si para nosotros el cielo quedaría simbolizado en una nube, entonces tanto el vraja-lila como el gaura-lila eternos representarían dos hermosos arcoiris en dicha nube, que nos invitan a una colorida y permanente existencia plagada de movimiento (lila) y claras nociones individuales, en continuo desarrollo y expansión, por obra y gracia de la energía interna de Krishna que allí predomina. Aún me quedan algunos viajes aéreos en estos dos meses en Europa, por lo que oro para seguir recibiendo revelaciones de orden teológico y ontológico como las que aquí he intentado compartir, y de esta forma seguir enriqueciendo nuestras semanas, arcoiris de por medio.

1 Comment

  1. gran reflexion… tambien me resulta aburrida y vacia la idea de reposar eternamente en una insipida nube. gracias padmanabbha!! cariños desde rosario

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