Contemplación Semanal # 73 / ¿QUÉ TANTO EN VERDAD ENTENDEMOS EL KARMA?

Dentro del sofisticadísimo sistema teísta del Gaudiya Vedanta, entregado por Mahaprabhu y sistematizado y refinado aún más por sus seguidores inmediatos en Vrindavana, podremos quedar fácilmente distraidos en los infinitamente elevados conceptos superiores que allí se nos regalan, sin comprender que una verdadera comprensión de tales alturas requerirá a su vez que hayamos aprobado los exámenes de tipo más elemental, habiendo asimilado (en teoría y práctica) aquellos conceptos más básicos que de hecho acompañan a toda doctrina trascendente en sus inicios. El karma es uno de ellos, y el mismo ha de ser entendido no solo de forma genérica tal como otros lo comprenden, sino de forma sumamente específica para aquellos quienes se consideran seguidores de Sri Caitanyadeva. 

Como todo concepto, el karma corre el peligro de ser malinterpretado al quedar bruscamente reducido a una mera definición oficial, la cual es aprendida y repetida casi parlanchinamente sin necesariamente haberse captado no solo su significado, sino sus implicancias y múltiples aplicaciones posibles en las circunstancias más diversas. Pues a menos que entendamos cómo un concepto se expresa en la práctica (esto incluyendo las diversas posibilidad y formas que ello tomará), no lograremos realmente capturar su misma esencia y, como suele ocurrir, terminaremos invocando tales términos de forma descontextualizada, comprendiéndolos únicamente en un marco totalmente restringido e incluso irracional: aquel marco que exclusivamente se limita a nuestra propia experiencia hasta el momento presente, y que no considera otras posibles variantes más allá de nosotros.

En relación al tema del día de la fecha, tendremos ante todo que establecer que el karma no solo es “acción y reacción”, “ojo por ojo, diente por diente”, sino que (por sobre todas las cosas) dicha ley se ve acompañada de un espíritu altamente pedagógico, con profundas intenciones educativas y reformatorias para aquellas que se encuentran en su regazo. Dicho de otro modo, el karma no promueve ni contempla una visión que simplemente se limita al odio, a la venganza, al rencor y al desear el sufrimiento ajeno: sin importar lo que el otro haya hecho, la ley del karma intenta que dicha persona se logre adiestrar, reformar, renovar y transformar, y así continúe progresando en su eterno ciclo evolutivo.

Un clásico ejemplo que ayer me tocó abordar en una exposición fue el del infierno. Mientras que en la revelación védica sí se utiliza dicho término, el mismo posee connotaciones muy diferentes de las que, por ejemplo, serán tenidas en cuenta si nos expresamos en términos cristianos. En este último caso, el infierno será un sitio de residencia permanente (eterna) con miras a castigar a aquellos que en esta única vida no aceptaron a Jesús, todo lo cual realmente nos sitúa en una complicada posición a la hora de analizar cómo Dios reacciona ante semejante posibilidad: si Dios es “todo amor”, ¿por qué razón él permite que un alma (más de una en verdad, de acuerdo a esta doctrina) arda perpetuamente en las llamas del infierno, sin chance alguna de volverlo a intentar? Y por otro lado, ¿qué propósito cumple el mero castigo, si el mismo no busca afectuosamente el aprendizaje y bienestar de la persona castigada? Estos y muchos otros planteamientos han de ser armonizados, si es que deseamos construir un saludable abordaje en nuestro proyecto de relación amorosa con Dios.

Por otro lado, la visión hinduísta concibe al infierno únicamente como un espacio de transición, en donde aquellos que han acumulado el mérito correspondiente a semejantes esferas, tendrán que atravesar determinadas experiencias allí a fines de expiar sus reacciones pecaminosas, adquiridas abundantemente en vidas pasadas. Este tipo de destinos se encontrarán generalmente disponibles para aquellos que se han realmente abocado a una vida impía, sin consideración alguna del principio de la intervención divina. Así, tales almas experimentarán diversos tipos de sufrimiento proporcionales al dolor que ellos mismos causaron a otros y, así como un alma en los planetas celestiales no genera allí karma sino que se aboca a disfrutar el resultado de su buen karma (para luego retornar a este plano), similarmente aquellos atravesando la experiencia de los planetas infernales (“planetas inferiores” para aquellos que lo prefieran) tampoco generarán karma allí, sino que básicamente pagarán el fruto de su mal karma adquirido, a modo de alivianar su carga kármica y así eventualmente poder continuar su travesía con menos peso. Repito: esta es una ley que busca la re-adaptación del individuo a lo que es una dinámica saludable de existencia.

Un ejemplo aún más intenso en este contexto surgió unas semanas atrás y, al citarlo, pude sentir que buena parte de mi audiencia caía en cuenta qué tan poco aún comprendía este elemental principio. Elegí citar a una de las personas más repudiadas de la historia: Adolf Hitler. Luego, pregunté a mi audiencia si ellos le deseaban lo mejor a él dondequiera que está en este momento, o no. En los rostros de mis oyentes pude percibir el conflicto interno, la tendencia de condenar y simplemente desear lo peor a alguien que, sin duda alguna, incurrió en lo peor. Pero si repasamos nuestra definición del karma, tendremos que aceptar que no importa qué tan aberrante hayan sido las acciones de ciertas personas, al yo “desearles un buen karma” en verdad estaré deseándoles que aprendan la lección que aún no captaron, y puedan así seguir creciendo en sus vidas. Ahora bien, si simplemente deseo que el otro sufra eternamente sin interrupción alguna, dicho deseo, más que encontrarse dentro de los marcos de la ley del karma, estará haciendo que yo mismo genere un karma negativo en mi vida, por promover el odio y la violencia de forma gratuita, sin sentido alguno y sin un fin superior como punto de desenlace.

Lo único que estaremos mostrando al no lograr perdonar a alguien, e insistir en que el otro sufra pero sin deseo alguno de que se ilumine, es nuestra propia incapacidad de lidiar con nuestro propio sufrimiento, y siendo que no logramos dejar de sufrir deseamos que el otro tampoco deje de sufrir, como un desesperado intento de compensar nuestra propia incapacidad interna. En verdad, en un sentido no importa qué tan negativo sea lo que el otro haya hecho, pues seguirá dependiendo de nosotros cómo elegimos recibir internamente la acción del otro, y cómo elegimos reciprocar ante la acción del otro. Si consideramos que el otro necesita sufrir para entender algo que no ha podido entender sin sufrimiento, únicamente desearemos ese sufrimiento (en caso de ser realmente necesario) para la edificación del prójimo, pero nunca por y para sí mismo. Y si esto último es lo que en verdad está ocurriendo, no hemos aún comprendido la ley del karma. Y si no hemos comprendido la ley del karma en su aspecto más elemental, mucho menos habremos de comprender el principio de la gracia divina. Y realmente necesitamos comprender esto último.

Comencé este ensayo dirigiendo mis palabras especialmente hacia los seguidores de Sri Caitanya, ya que dicha audiencia ha entrado en contacto con un nivel de gracia divina sin paralelo, el cual se encuentra muy por encima de la ley del karma. Pero como todo regalo, el mismo ha de ser apreciado, protegido y compartido. Por lo que si en el nombre de la más elevada misericordia aún nos desenvolvemos en nuestra vida sin siquiera demostrar un entendimiento de la ley del karma, la gracia divina podrá distanciarse de nosotros: o más bien, nosotros nos estaremos distanciando de ella. Así, con el deseo de volvernos más y más miembros de una escuela tan selecta como el Gaudiya Vedanta, se nos solicita ante todo capturar de manera certera aquellos conceptos introductorios que de todas formas serán necesarios, a la hora de intentar abrazar todos aquellos elementos más virtuosos, que de una u otra forma han tocado a nuestra puerta, inmerecidamente.

Así, nunca está de más volvernos a hacer, todas las veces que sea necesario, la siguiente pregunta: ¿qué tanto en verdad entendemos el karma?

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