Contemplación Semanal #24 / LA MODA PUEDE (Y DEBE) SER PERPETUA

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Recientemente y en relación a Instagram (aquel medio social que más deprime a nuestra población al promover la continua y desmesurada comparación del uno con el otro) tuve la chance de leer un breve informe acerca de la posible masculinización de la belleza femenina, en la forma de nuevas tendencias que marcan el cómo hoy en día, el paradigma de belleza en una dama tendrá más que ver con la tonificación física, que con cualquier otra consideración que previamente pudo haber garantizado el sentido de lo sexyen un cuerpo femenino. Así, una y otra vez nos seguimos (y seguiremos) encontrando con un mismo fenómeno: la búsqueda permanente por una identidad, la cual es en sí igual de permanente que nuestra misma búsqueda de ella.

Ya sea que un ser humano se proyecte a visitar otros planetas, se aventure a explorar las más recónditas secciones de esta tierra o se mantenga continuamente en flujo y adaptación a las más recientes corrientes y nociones de belleza e identificación genérica, en cualquiera de tales casos únicamente permanecerá una misma realidad subyacente sosteniendo tales movimientos: el alma procurándose a sí misma, sin aún haber dado con un estadío permanente que le permita ya descansar de tal búsqueda, y entrar en otra esfera de movimiento perpetuo, relacionado en este caso a las propias dinámicas de la conciencia y su potencial trascendente.

De esta manera, la historia y propósito de la moda representan un llamativo fenómeno a este respecto, en donde somos invitados a nadar continuamente dentro de las aguas de lo impermanente, así como a su vez mantenernos en un incontenible estado de actualización, a la expectativa de qué es aquello que terminará constituyendo para nosotros la siguiente nueva expresión dentro del mundo de la moda. El concepto de moda (en cualesquiera de sus numerosas vertientes) se mantiene así efectivamente creando anticipación, expectativa y una renovada perspectiva, exactamente en aquel momento en donde todo súbitamente comienza a aburrirnos; por lo que mantener nuestras vidas detrás de la próxima novedad del momento sin duda alguna proveerá de un sentido del contenido y significado a nuestras acciones, las cuales dejarían de valer en el acto, de estas encontrarse fuera del marco de aquello que hoy está de moda.

La moda no solo tiene que ver con el componente estético, anatómico o capilar, sino que la misma nos habla de raíz acerca de nuestra imperante necesidad de adaptabilidad, si hemos de sobrevivir al vibrante entorno que nos rodea, proactivo y siempre en movimiento. Darwin mismo mencionó la necesidad de ello al invocar el concepto de adaptabilidad en cuanto a especies, todo lo cual encuentra su paralelo en el concepto sánscrito deadhikara, o aptitud: en la medida en que logro adaptarme a algo, me vuelvo así apto para aquello a lo que me he adaptado. Ahora bien, la pregunta que seguirá a continuación es, ¿a qué nos estamos adaptando, y qué tipo de aptitudes estamos desarrollando en relación a qué tipos de entornos?

La naturaleza de la jiva es tatastha, o propensa a la adaptabilidad. En otras palabras, no podemos definir al alma sin tener en consideración su inevitable relación con el entorno que la rodee, sea este trascendente o intrascendente. El alma, sin su correspondiente entorno, deja de ser lo que es (un alma): una unidad que únicamente podrá ser definida en relación al tipo de nutrición que obtenga de un entorno en particular. Dada la plasticidad de nuestra naturaleza a este respecto, nuestro potencial en cuanto a aptitud alguna se verá intrínsecamente ligado al entorno al cual nos estemos adaptando. Así, podremos desarrollar un sinfín de aptitudes materiales habiéndonos adaptado a dicho medio, o podemos también expresar adhikara espiritual, al posicionarnos bajo la influencia de un hábitat supramundano. 

La moda intrascendente implicará cambio y continua adaptación, mientras que su exacto opuesto necesariamente deberá hablarnos acerca de una situación permanente e incluso perpetua, en donde la moda no existirá en absoluto, o será de tal naturaleza que no necesite pasar de moda. Siendo que aquí nuestro sentido del ser atraviesa interminables transformaciones producto de la energía ilusoria, indirectamente podremos concluir que debe existir una esfera en donde dichas transformaciones hayan cesado, o las mismas se enuncien mediante otros parámetros, categóricamente diferentes a los primeros. En el primero de los casos aún estaremos buscándonos a nosotros mismos, mientras que en el segundo nos habremos finalmente encontrado, con todo lo que ello implica.

Por un lado, el área de lo efímero representa una tierra continuamente pasada de moda, con nociones transeúntes y provisorias de aquello que somos y podemos ser, fugaces vislumbres de algo que no se sostiene ya sea a nivel individual como generacional, social, sexual e incluso existencial. Todo resplandor allí será cual estrella fugaz, las cuales meramente brillan mientras caen. Por otro lado,la revelación nos informa acerca de aquello que no ha pasado jamás de moda, debido a su permanente naturaleza expansiva y auto-manifiesta. Dicha tierra recibe diversos nombres, pero para empezar podemos llamarla Vaikuntha, o “territorio ilimitado”.

Allí, la moda es básicamente el amor, en continuo crecimiento y, utilizando la expresión de Abraham Maslow, auto-actualización. Me detengo por un momento en esta relevante expresión, puesto que la misma nos habla de “el crecimiento de un individuo en la dirección de satisfacer sus más elevadas necesidades, estando ellas particularmente relacionadas al propósito de la existencia”. El término sánscrito detrás de esta idea será artha, el cual nos habla de un sentido del propósito, y el cual eventualmente desemboca en la noción de paramartha, el “propósito de propósitos” o, en otras palabras, la causa última detrás de toda otra causa inmediata a intermedia. Así como para abordar nuestras metas a corto plazo deberemos ante todo idealmente enmarcarlas en el contexto de una meta específica a largo plazo que termine de justificarlas, asimismo podemos encontrarnos con causas inmediatas, elementales y formales, todas las cuales encontrarán su justificación final en la causa última de toda causa. Todo esto no será más que otra forma de hablar acerca del amor divino, o aquel factor que nos mantiene en perpetua auto-actualización, transmutando el propósito de nuestra existencia en síntesis cada vez más y más eminentes.

Vaikuntha se caracteriza entonces por pulsar dentro de este ritmo en particular, el cual de por sí renueva cada momento y respiro de sus habitantes, y así ya no existe necesidad de moda alguna para sostenerle. Dicho de otra manera, la moda no es más que un frívolo reemplazo del verdadero sentido de la existencia, el cual en verdad requiere ser inmotivado a ininterrumpido para así cumplir su propósito último en cada uno de nosotros. De esta forma, aquella persona que acceda a Vaikuntha o, por empezar, a aquellas consideraciones que allí prevalezcan, se verá cada vez menos necesitado de recurrir a las tendencias que, en este plano, rigen los movimientos de quienes no escogen aún lo ilimitado. La moda terrenal marca dichos pasos, colmados de temor e irrelevancia, mientras que Vaikuntha se verá caracterizado por un caminar símil danza, y un hablar comparado a todo genuino canto.

Por lo que si elegimos hablar de moda en su más estricto y sustancial sentido de la palabra, la misma puede (y debe) ser idealmente perpetua. No deberíamos conformarnos jamás con tendencias que posean un comienzo y un final, las cuales necesitan de su mutuo reemplazo para poseer algún significado, al menos por un momento. Más bien, nuestra demanda interna implora por lo continuo, por aquello que logra mantenerse en continua evolución por la propia fuerza del ambiente que en sí mismo representa. Así, si como tatastha-jivas(almas plenamente adaptables) nos atrevemos a ser envueltos por la influencia del amor divino, automáticamente experimentaremos la entrada a un domino en donde la creatividad y la belleza no cesan de competir entre sí mismas, sin ninguna de ellas aceptar la derrota. 

En semejante plano, cada pestañeo representará una realidad aún más fresca que al pestañeo anterior, y la belleza de aquello que contemplemos mediante el ojo del amor divino nos arrastrará a incrementar nuestra disposición a servir aquella misma belleza que se presenta ante nosotros. Pues la belleza ha de ser servida si es que deseamos que la misma se expanda, y ello será la perfección de la moda: la moda real no concibe la colonización del otro ni espíritu imperialista alguno, sino que más bien nos habla de saber mantenernos en un inagotable espíritu de dedicación ante aquello que no deja de crecer, tanto dentro como delante de nosotros. 

Y siendo que la naturaleza de estos tópicos son justamente los de una siempre-creciente dilatación, me detendré en este punto para de alguna forma “poner fin” a aquello que jamás ha comenzado, ni nunca terminará: la verdadera moda, aquella que puede y debe ser perpetua

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