Contemplación Semanal # 40 / ¿QUÉ TAN VÍCTIMAS SOMOS REALMENTE?

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Nos encontramos en lo que se conce védicamente como Kali-yuga, o la era de riña, hipocresía y…victimización.  

Elijo esta vez concentrarme en la última de estas tres cualidades pues las primeras dos son más que obvias a primera vista, pero la forma en que interactuamos con ellas no es siempre la mejor, y muchas veces desemboca en la tercera. En otras palabras, si estoy rodeado de un entorno donde prevalece la riña y la hipocresía será mucho más fácil el victimizarme, que si dicho entorno no existiera: tendré muchas mejores razones para tentarme y ceder ante uno de los más antiguos recursos evasivos de la humanidad, la victimización. 

Las definiciones estándar de la victimización nos hablan de un estado de consciencia en donde la persona niega toda responsabilidad personal por aquello que ocurre en su vida. Las personas con consciencia de víctima creen que el mundo está actuando en su contra, y que ellos son los inocentes blancos hacia donde van dirigidas las acciones y conducta de las demás personas. De más está decir que al mencionar estas palabras no intento sobre-justificar algo que merezca ser debidamente expuesto y corregido, así como de la necesaria contención que personas afectadas puedan requerir a la hora de haber atravesado situaciones verdaderamente traumáticas. Pero el punto sigue estando allí: son yo quien elijo posicionarme como víctima (y por ende percibir un victimario fuera de mí) o quien, más allá de lo difícil que pueda ser la prueba que haya tocado mi puerta, escogo aceptar la experiencia y valientemente abrazar un sendero progresivo de vida. Como diría un autor desconocido: “todos sufrimos, pero ser una víctima es una elección personal”. 

Sí, sé que estas líneas pueden parecer duras o, al menos, difíciles de rumiar. Pero si deseamos crecer en nuestro camino, necesitamos liberarnos de todo enemigo externo, y comprender leyes básicas tales como las del karma o justicia divina. Como hemos ya mencionado previamente, la injusticia no existe. Y de nuevo, esto no quiere decir que si por ejemplo una dama es ultrajada sexualmente, uno simplemente deba decirle “fue tu karma” y dejarla a la deriva de su cosecha de acción/reacción. No. Se deben adoptar las medidas apropiadas para que tales actos sean debidamente reconocidos y expuestos, y la persona afectada necesitará su debido acompañamiento y recursos para salir adelante. Pero si tal persona elige victimizarse y ver al otro como culpable exclusivo de mis padecimientos, uno mismo será quien se auto-sabotee de la peor manera. 

Y en los tiempos que corren este mecanismo ha pasado a representar toda una moneda de cambio, con altísimos niveles de susceptibilidad nunca antes vistos, y confundiéndose todo ello con dignidad y auto-estima. Hoy en día nos acompaña una interpretación radical de aquello que sucede a nuestro alrededor (conocido popularmente como “interseccionalidad”), en donde cuantas más etiquetas de opresión y victimización uno haya adquirido, más se considera la propia visión de la realidad como algo autoritativo, y más se le considera a uno como alguien con valor moral. Nuevamente, toda forma de opresión debe ser evitada, pero el uno adjudicar cierto nivel de integridad moral sobre una base de consciencia de víctima, no nos permitirá asumir el necesario nivel de responsabilidad que dicha situación muy probablemente nos está invitando a desarrollar. 

Esto es especialmente aplicable en relación a aquellos ocupados en algún tipo de experiencia espiritual. En directa oposición a lo que es una consciencia de víctima, una consciencia divina o espiritual representará atributos como la aceptación, el compromiso y, por último si bien no menos importante, la responsabilidad. Incluso encontrándonos en medio de la más impensada de las calamidades, aún en ese momento (especialmente en esos momentos) se nos estará queriendo otorgar una enseñanza de posgrado en nuestra vida. Y elegir ser víctimas básicamente nos privará del privilegio de ser debidamente educados una vez más. 

Encontramos a lo largo de la historia incontables ejemplos de este último caso, con personas como Vidura, Bhisma o el gran Sócrates, todos ellos abrazando su destino, por más complejo que se presente. Ante un horizonte de incomodidad, el sabio (o aquel que aspira a dicha sabiduría) sabrá que un confort superior está siendo promovido en el trasfondo, y aceptará su experiencia presente para así dar lugar a aquello dentro de mí que requiere cambio, y mediante dicho cambio adquirir un panorama más amplio de la realidad, que incluya aquellos elementos que ayer no me permitían armonizar la situación presente, pero que hoy me ayudan a hacerlo: nuestro destino o karma es aquello que inevitablemente llega a nosotros, y nuestro libre albedrío es cómo nosotros elegimos sentirnos ante ello que ha llegado.  

Incluso si alguien elige criticarnos “injustamente” o abusar de nosotros de una forma u otra, es la otra persona quien sale lastimada, y no necesariamente nosotros. Al menos en teoría deberíamos equiparnos con dicho conocimiento, a través del cual comprendermos que el alma (nosotros) no posee en última instancia enemigo alguno, y si aún escogemos contemplar victimarios, será nuestra propia mente quien en verdad esté entonces actuando como nuestro único adversario. Aunque en la práctica dicho concepto pueda ser incluso casi imposible de aplicar para muchos, el ya partir con dicha orientación conceptual afectará profundamente nuestros actos y manera de responder a lo que nos ocurra. 

Así, para una persona que sinceramente anhela transitar un sendero espiritual genuino, toda catástrofe será un nuevo incentivo para la introspección, algo que en todo caso servirá para replantearse la propia orientación hacia la práctica de uno, qué tan profundo uno estaba siendo en ello, qué tan amplia y sinceramente se condujo la propia práctica hasta ahora, pero no para desconfiar de la efectividad del proceso ni de la filosofía que uno haya aceptado en términos apropiados, pues Dios y los textos sagrados siguen siendo los mismos, siguen estando allí esperándonos con su clásica infalibilidad. Únicamente nosotros debemos ajustarnos a los movimientos del medio ambiente. El depender del ajuste del otro será, en un nivel o en otro, una forma de victimización. Y por más que dicha doctrina suene difícil, al final de nuestro día y en la profundidad de nuestros corazones, sabremos que si algo necesita cambiar en nuestras vidas, eso comenzará, seguirá y probablemente finalizará en nosotros mismos. 

¿Qué tan víctimas somos realmente? Quedémonos con esta inquietud durante esta semana, intentando responderla en profundidad para nosotros mismos, y entendiendo que cada cual deberá atravesar un proceso similar en su fuero interno, y la mejor forma de ayudarles será nosotros prestar atención a nuestro propio plano.









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