Le fe ciega existe, y no hay duda alguna de ello.
La duda ciega también existe, y muchos de nosotros tienen fe en ello.
El tener como seres humanos lo que a veces llamamos “libre (¡no tan libre!) albedrío”, básicamente implica escoger entre la fe y/o la duda. Podemos avanzar en ambas direcciones, ya sea de forma tóxica como saludable: podemos dudar sanamente de determinadas perspectivas, pero podemos terminar dudando de todo y todos desde un lugar enfermizo. Asimismo, podemos confiar en ciertas direcciones pero desde un lugar explotativo y de co-dependiencia, así como también podemos desarrollar una extrema confianza contraproducente, basando nuestras principales convicciones en parámetros incompletos. De hecho, la duda ciega es un tipo de fe ciega, pues nos estaremos entregando por completo a algo en lo que de alguna forma u otra estaremos confiando: tendremos fe en la duda. Su contraparte será igual de probable en muchos casos, en donde dudaremos de toda posible manifestación de fe que se presente ante nosotros, culminando en doctrinas nihilistas, naturalistas y que, a fin de cuentas, expresan que nada tiene real propósito, y que ideas como “bueno” o “malo” son proyecciones humanas, en nuestro desesperado intento por encontrar un propósito que supuestamente en verdad no existe. Nuevamente, uno habrá de escoger a qué club se afilia, y uno eventualmente será quien juzgue a cada árbol por su fruto.
En las palabras de Srila B. R. Sridhara Deva Gosvami, el plano superior no estará consituido de otra cosa más que de “planetas de fe”. En sus propias palabras, todo allí “se encuentra hecho de un material superior del que nosotros mismos estamos hechos”. En otras palabras, el único acceso posible a dicha morada será mediante una extensión de tal esfera hacia nuestro plano actual, ya que por más potente que creamos que sea nuestro intelecto, el mismo no representará en sí el vehículo idóneo para dentrarnos en tales tierras. Por lo que antes de proceder en esta dirección última, pasemos de los planetas de la fe a los planetas de la duda, en donde posiblemente hoy nos encontramos como lectores de este artículo.
Que un planeta esté constituido por duda implica que cada uno de nuestros movimientos no se ven aún acompañados por una fe genuina, sino por su exacto opuesto. Y aquí por “fe” no me refiero a “creencia” o a una mera convicción intelectual, sino a aquella experiencia innegable que surge en contacto con lo transracional, pero no irracional. Si hay algo irracional es justamente considerar que la razón representa la herramienta definitiva a la hora de definir la realidad, e invertir todos nuestros esfuerzos en semejante esperanza. Mientras que nuestra razón existe y debe ser ocupada debidamente en conjunto con nuestra fe para solo así tener acceso a la trascendencia, un excesivo énfasis en el racionalismo exclusivo representará una fórmula para la frustración puesto que, como ya mencionamos, existe un plano de por sí constituido de partículas transracionales, las cuales solo podrán ser concebidas mediante el vehículo de una fe debidamente informada y asistida por nuestro intelecto en conjunto con el mensaje revelado. Si todo esto no está en su lugar, aquello que tomemos como revelación mística pueda estar quizás más cerca a un trastorno delirante que otra cosa.
Ahora bien, abordar la escritura acompañados de nuestro intelecto tiene que ver, entre otras cosas, con corroborar los límites del intelecto en sí mismo, así como el uso que puede ofrecernos dentro de sus limitaciones. En otras palabras, si ciertas secciones de la revelación aún nos resultan excéntricas y más cercanas a la imaginación humana que a la realidad última, no es porque necesariamente así lo sean, sino porque muy probablemente estemos intentando comprender el plano divino tomando como referencia nuestra experiencia más inmediata: el plano ilusorio. Así, si aún encontrándome imbuido en diversas imperfecciones producto de mi condicionamiento intento acercarme a las descripciones de un mundo ideal y perfecto, no habrá de sorprenderme si tales narrativas aún me resultan cercanas al género de ficción. En las palabras de Srila Prabhupada (cuando uno de sus estudiantes consideró ciertos elementos del krishna-lila como algo “un tanto fantástico”), “creo que tú eres un tanto fantástico”. Si deseamos experimentar la realidad espiritual tal como es, debemos ante todo asegurarnos no estar intentando hacer ello desde una presente plataforma de visión desvirtuada, que únicamente termine proyectando sus propias limitaciones hacia aquello que no posee límites.
Esta es la comprensión básica de aquel que recurre a la revelación: mi propia capacidad de apresar lo infinito es absurda, y es por ello que me abro a la posibilidad de que exista otro conocimiento, otra fuente de información, que pueda mostrarme aquello que desde mi perspectiva no logro aún ver, ni concebir. Y la experiencia de entrar en contacto con la revelación será justamente esa: “esto que escucho me suena perfectamente lógico y natural….¡pero nunca se me hubiera ocurrido!”. Sin considerar esta opción, continuaremos era tras era buscando captar el propósito último de las cosas, sin comprender que todavía insistimos desde la dirección errada: todavía pretendemos comprender lo ilimitado desde un palco limitado, intentando atrapar lo infinito sin estar dispuestos a soltarnos del abrazo de lo finito. Así, desde una postura tan irracional como esta, que no nos extrañe que otras posturas (incluyendo la revelada) no nos haga pleno sentido.
La comprensión superior se dará entonces en términos de fe, y no de una exclusiva capacidad intelectual. De todas formas, el intelecto estará allí para garantizar que nuestra fe ha sido debidamente pensada, inteligentemente abordada, y no un mero trastorno emocional e impermanente. La fe que nos dará entrada a los planetas de la fe es una fe que por un lado es bien pensada, pero que por otro lado reconoce los límites del pensamiento mismo, y por ende se enmarca en los parámetros del mensaje revelado, y sobre dicha base es que ejercita su capacidad pensante y sintiente. En oposición a ello, los planetas de duda no dejan de dudar, existiendo un inagotable mundo de posibilidades en dicha dirección también. Pero tal como Krishna menciona en el Gita, “aquel que duda (únicamente para seguir dudando y avanzar así en el sendero de la duda ciega) no es feliz ni en esta vida ni en la próxima”. Ni en todas en las que siga dudando de esa manera, en ese nivel.
Aunque por momentos nuestra fe pueda haber quedado aplastada por ciertas experiencias, la duda nunca tendrá el potencial de reemplazar a la primera. Así, si nuestra fe ha sido golpeada (algo entendible y muy posible), principalmente deberíamos cuestionarnos qué tipo de fe estábamos teniendo, pues se nos explica que la fe madura no es afectada por ningún acontecimiento de este inmaduro mundo, por más duro que este sea. Con esto desde ya no se desea invitar a una sobre-exigencia tóxica para con uno mismo, pero sí entender que, al final del día, la solución sustancial para todo problema será crecer en la dirección de una renovada confianza (aunque antes de semejante proyecto muchas veces necesitemos primero acomodar ciertas heridas que aún no hayan cicatrizado). Por lo que si sentimos que nuestra fe está agotándose, quizás más bien deberíamos saber que estamos siendo invitados a volver nuestra fe más adulta, más inmune ciertos golpes de la vida que, en última instancia, solo vienen para fortalecer nuestra fe, para eventualmente sacarnos por completo de todo planeta de duda y para finalmente arrojarnos al mundo de la fe, de una vez y para siempre.
Así, seguimos contando con esta elección a cada segundo: ¿planetas de fe o planetas de duda?