Al momento de escribir estas palabras me encuentro solo en una isla, en un día de lluvia y sin luz ni otros recursos básicos; paradójicamente, siento un bienestar y apaciguamiento poco comunes. Por otro lado, acabo de finalizar una de las semanas quizás más complejas e incómodas de mi existencia, y recién hoy comienzo a vislumbrar el significado real de todo aquello que necesité atravesar para hoy poder estar compartiendo estas líneas.Aunque estas palabras puedan tal vez detonar algún tipo de alarma en más de uno, comparto esta Contemplación Semanal a modo de testimonio, no solo para notificar que aún sigo con vida, sino especialmente queriendo reportar cómo dicho dolor ha cumplido su justo propósito: sobriedad.
No es la primera vez que busco reflexionar sobre el propósito del sufrimiento en nuestras vidas, y espero este no sea tampoco mi último intento. Sin importar cuántas veces escuchemos esta misma sentencia (“sobriedad en el dolor”), la misma no deja de actualizarse a través de los sucesos que acompañan cada uno de nuestros pasos. El dolor no es un elemento descartable que hemos de pulverizar lo antes posible, sino un milenario maestro cuyo mensaje llega en el momento preciso. Y aquello que generalmente experimentamos como dolor (lo cual será la idea específica a la que me estaré refiriendo en este ensayo) más bien constituye generalmente una salida forzada del mando de control, siendo inesperadamente arrojados a una dinámica de sucesos, uno más desconcertante que el otro. Como seres no del todo iluminados, aún nos duele comprobar nuestra propia oscuridad, aún golpea el vivir detalladamente cada una de nuestras limitaciones internas. Pero todo ello será absolutamente imprescindible, si es que deseamos verdaderamente volvernos adultos espirituales.
Ahora bien, aclaro en caso de duda: no es que haya pasado algo necesariamente trágico durante esta pasada semana, y mis ideales, votos, seres queridos y componentes cotidianos se mantienen todos en su lugar dentro de lo que puedo percibir. Así, cuando hablo de una extraordinaria complejidad, simplemente me refiero a sensaciones, emociones e ideas que súbitamente consideraron atravesar la autopista mental de mi persona, siendo que de todas formas sigue siendo uno quien escoge a cuál de todos esos vehículos subirse, con cuál de todos esos conceptos identificarse y llevar su vida adelante en base a ellos.
De más está decir que en la medida en que no hayamos alcanzado la iluminación, permanecemos en un estado de intoxicación, sea de una forma u otra: y por intoxicación no me refiero aquí a un consumo externo de sustancia alguna, sino al hecho de entretener y contemplar determinadas posibilidades para nuestra vida, dentro de un marco profundamente alienado e intensamente estrecho. Como una especie de soundtrack para lo que fue esta pasada semana, entre otras cosas llegó a mí una más que valiosa frase de Huston Smith a este respecto:
“El corazón de un niño queda destrozado por desgracias que en general consideramos triviales. Dicho corazón se identifica completamente con cada incidente ocurrido, siendo incapaz de contemplarlo dentro del marco y telón de fondo de toda una vida variable. Se requerirá mucha dedicación antes de que el niño pueda retirar su auto-identificación del momento individual específico y alcanzar, por lo tanto, la adultez. En comparación con este niño somos maduros, pero en comparación con una persona santa aún somos niños.”
Así, estar intoxicados y en estado de ebriedad básicamente se referirá al acto de uno responder emocionalmente a la realidad fuera de un apropiado marco de adultez. Y, como podemos ver aquí, la adultez definitiva de nuestra conciencia tendrá que ver con la santidad. La santidad no es más que la postura final para nosotros entablar un diálogo con todo aquello que llega a nosotros, e incluso muchas veces nos atraviesa. Y siendo que la sobriedad representa el exacto opuesto del estado de intoxicación, naturalmente concluiremos que entre santidad y sobriedad no debería existir diferencia alguna. De esta forma, todo aquello que llegue a nosotros promoviendo un mayor estado de sobriedad, deberá ser entonces abrazado como un componente favorable a nuestro proyecto de santidad aún en proceso, sufrimiento y dolor incluidos en dicho combo.
¿Pero cómo es que el dolor nos modera e ilumina? Muchas son sus formas, tantas como la misma cantidad de maneras en que Dios se acerca a nosotros para purificar nuestra existencia. Primero que nada, el dolor nos da sobriedad al llegar a través de situaciones que no deben ser consideradas como objetivamente dolorosas sino solo subjetivamente, quizás únicamente para nosotros. De esta forma, veré cómo aquello que en lo personal me proporciona dolor (en mi mente, el sitio de residencia para tales dualidades) no necesariamente lo hace en el caso a mi izquierda o derecha, lo cual me invitará a replantearme desde dónde emito dicha sentencia, desde qué lugar dentro mío me atrevo a catalogar una situación como dolorosa y, peor aún quizás, a concluir categóricamente que si algo es doloroso para mí siempre lo seguirá siendo así, incluso no solo para mí, sino obligatoriamente para cada otra entidad viviente. En el presente ejemplo, podemos ser testigos de un caso de ebriedad extrema, producto de una total auto-identificación con nuestro lado no-adulto.
Por otro lado, el dolor golpea. O mejor dicho: aquello que me lleva a considerar algo como doloroso es lo que en verdad golpea, y al hacer ello intenta llamar mi atención en la dirección de aquello que requiere urgente reparo. Así, mi propia falta de sobriedad es la que golpea, mi propia inmadurez es la que llama a mi puerta solicitando ser debidamente atendida, y pasar así al siguiente peldaño evolutivo. Y como ya mencioné, que uno viva subjetivamente una experiencia así no significará que esté atravesando una tragedia de dimensiones caleidoscópicas, ni nada por el estilo. Simplemente habrá llegado el momento de seguir caminando, de continuar viaje hacia el siguiente objetivo, quizás porque probablemente nos detuvimos un poco más de la cuenta en un peldaño que hace días clamaba por ser trascendido. Y aunque todo esto último se sienta muchas veces como dolor y tragedia para nuestra porción infante, bajo un análisis profundo se mostrará como aquello que verdaderamente es: saludable y necesario progreso.
Finalmente, el dolor nos vuelve humildes, querámoslo o no. Siendo que la humildad no es tanto una virtud sino un obligatorio atributo para nuestra debida supervivencia como almas, el entorno en su totalidad nos estará invitando en tales direcciones sepámoslo o no, querámoslo o no. Los golpes de la vida básicamente sacuden nuestras propias ideas acerca de todo, invitándonos a un replanteo más abarcativo y generoso de cada situación y persona, recordándonos que el eje de la realidad no se encuentra en nuestro poder, y más bien intentando localizarnos en aquel punto eterno en el que siempre existimos y existiremos y desde allí cumplir con nuestro rol, dando lugar al rol del otro y de cada átomo y entidad viviente, con sus respectivos propósitos y enseñanzas. Siendo que a su vez el dolor nos retira forzosamente de nuestro trono de falso placer el mismo promueve también humildad desde allí, siendo la humildad aquello que se encuentre ausente en donde predomina un espíritu de disfrute (egoísta).
Cuando unos veinte años atrás comencé oficialmente mi emprendimiento de sobriedad y proyecto de sadhaka, nunca jamás dimensioné en lo más mínimo todo aquello que iría a tener que vivenciar para llegar adonde hoy me encuentro. Asimismo, estoy más que seguro que aún sigo sin vislumbrar demasiado todo aquello que tendré que atravesar para finalmente llegar adonde deseo y necesito llegar. Y en un punto tampoco es demasiado importante tener en claro cada detalle de estos capítulos, pero sí al menos mantenernos desarrollando una cada vez mayor predisposición a ser descolocados, movidos e incluso arrojados hacia direcciones y circunstancias (de nuevo, todo esto sobre todo a nivel interno) que quizás representan lo último que hubiésemos elegido, pero aquello que más urgentemente requiere nuestro caso el día de hoy.
Mi semana previa fue así inolvidablemente intensa y dolorosa, pero mirando hoy en retrospectiva puedo sonreir y agradecer cada uno de esos momentos internamente atravesados, entendiendo que todo ello fue completamente requerido para llevarme al punto en el que hoy me encuentro, pero tampoco acomodándome demasiado en esta nueva instancia, sabiendo que prontamente seré invitado a mudarme y seguir descubriendo nuevos horizontes, y muy seguramente estaré escribiendo una nueva Contemplación Semanal, compartiendo mis nuevos fracasos actualizados, en mi intento por cada vez abordar la existencia de forma más precisa y sustancial. En las palabras de Sri Thakura Visvanatha Cakravarti, sobhana-karma: “hermoso karma”. Oro así para que una honesta inteligencia me asista en tales hermosos momentos kármicos, de forma de comprender y confiar plenamente en la función de todo lo que sea que esté pasando en tales capítulos, sabiendo que eventualmente emergeré triunfante por gracia divina, con nuevas realizaciones bajo el brazo para volvar al servicio de quien me las dio como obsequio.
Unos minutos atrás volvió la luz y demás servicios a la isla, únicamente para volver a retirarse segundos después aún hasta el momento presente, sin garantía alguna de retorno.Aún así continúo sonriendo, incomodidad y dolor aparentemente de por medio, pues afortundamente hoy puedo comprender (al menos un poco más), la sobriedad que me sigue siendo regalada a través del dolor, un dolor que ya se ha sabido convertir en mucho más de lo que parecía ser.
Mis reverencias Maharaja, Hare Krishna ?
Sus sesiones filosóficas por escrito están muy bien concebidas, nos invita definitivamente a reflexionar. El sólo esfuerzo por tratar de leer y tratar de entenderlas ya se gestará un inesperado beneficio para la conciencia de cualquiera. Mil gracias por esos inesperados regalos. Hare Krishna
De nuevo mis agradecimientos y reverencias ?