(Durante las siguientes semanas, las Contemplaciones Semanales se mantendrán centradas en diversas perspectivas centradas en el fenómeno del coronavirus, en un intento de contribuir al diálogo virtual concerniente a esta innegable situación presente. Por dicha razón, el título de todas estas publicaciones será el mismo, pasando del concepto de coronavirus al de karunavirus, el cual se traduce como “gracia divina” en lengua sánscrita)
En el marco de los ya no tan recientes sucesos de la pandemia, vino a mí la necesidad de escribir algunas palabras acerca del principio de la inseguridad, de qué tanto desconcierto podemos llegar a experimentar cuando se nos sitúa ante aquello que desconocemos en su totalidad. Y de más está decir que el coronavirus es uno de tales capítulos en nuestra historia como humanidad en donde somos enfrentados con un panorama poco concreto y amenazante para muchos de nosotros, por lo que la pregunta es: ¿cómo enfrentar semejante escenario en nuestro propio fuero interno? ¿qué elecciones sí podemos tomar cuando algo por fuera escapa a nuestra capacidad de decisión?
Generalmente, nos aterroriza el desconocimiento de algo, lo que sea. Incluso algo que desconozcamos parcialmente nos incomoda, forzándonos fuera de nuestra zona de confort, en donde ya hemos determinado el lugar que cada cosa, concepto y persona podrán ocupar en nuestras vidas. Si alguna pieza se llegase a desacomodar de semejante rompecabezas, inmediatamente surgirá la ansiedad y el esfuerzo para que todo “vuelva a la normalidad”. Así, usualmente ligamos la idea de lo desconocido con el plano de lo anormal, de aquello que nos quita seguridad, paz y, finalmente, felicidad. Nada más lejano de la verdadera realidad.
Solo los inseguros ansían la seguridad, pues ellos mismos no han aprendido a estar del todo asegurados en relación con su propia persona. Así, tales personas necesitan que la dinámica planetaria acontezca en determinada frecuencia, con formas, sonidos y caracteres ya definidos de antemano, intentando evitar todo elemento invasivo y externo a nuestro plan original. En contraste a esto, la verdadera vida, el logro de poder sentirnos realmente despiertos, tendrá que ver con nuestra capacidad de adentrarnos en lo desconocido. Albert Einstein, uno de aquellos pocos valientes que dedicaron su vida a la exploración de lo desconocido, dijo lo siguiente a este respecto:
“La experiencia más hermosa es la de lo misterioso. Esa es la verdadera fuente de todo arte y toda ciencia.”
Mientras que con estas palabras no me encuentro promoviendo una dinámica de vida ni anárquica ni mucho menos caprichosa (y considerando el propósito y valor de las estructuras y cierto nivel de organización y proyección en nuestras vidas), aún así necesitamos enfatizar la necesidad de mantenernos en cercano contacto con lo oculto, misterioso y desconocido: con todo aquello que en verdad está esperando ser descubierto, habitado y venerado por cada uno de nosotros. Previamente ya hablamos del concepto sánscrito de camatkara (asombro), y de cómo aquello que inspira dicha sorpresa en nosotros “será lo único digno de ser venerado” (namaskara ei camatkara). En el sistema artístico/estético hindú, no existe posibilidad de que la experiencia del rasa (emoción refinada) llegue a uno sin haber pasado por el sagrado túnel del desconcierto. Así, más que ser repelidos por lo desconocido, deberíamos aprender a relacionarnos con dicho plano hasta el punto de que el mismo se vuelva venerable para nosotros.
La pandemia actual ha sido un acontecimiento que sin duda alguna nos ha afectado a todos en mayor o menor manera, invitándonos a un profundo replanteo en casi todas las direcciones de nuestra vida. Pero muy en particular, el presente coronavirus se convertirá en karunavirus (saludable infección de gracia divina) cuando cada uno de nosotros nos dispongamos a reconocer todo aquello que nos hace sentir a prueba en este instante. Y nuevamente, el no tener certeza alguna de lo que pueda llegar a ocurrir al día siguiente, la continua probabilidad de quedar infectado y los subproductos de ello, o el hecho de que nada pase en absoluto: cualquiera de estas posibilidades nos arroja a un mar de incertidumbre en el cual no necesariamente debemos ahogarnos… si sabemos nadar.
Y si no sabemos nadar, si sentimos que la presente circunstancia nos sumerge más y más en la inseguridad y el temor, estamos aún a tiempo de aprender a sobrellevar lo que está ocurriendo, que en definitiva dependerá de la percepción subjetiva mental de cada uno de nosotros. Solo en nuestro propio mundo interno podremos hacer los ajustes necesarios para percibir la realidad de forma cada vez más satisfactoria, nunca intentando modificar el medio ambiente que nos rodea. Y muy especialmente para un practicante de bhakti, todo aquello que elija llegar a su vida deberá ser profundamente aceptado como a) un residuo kármico que ha sido considerablemente ajustado por obra y gracia del Supremo o b) en casos donde ya no exista posibilidad de karma alguno, como la más elevada muestra de intervención divina en la vida de uno, incluso si ello pueda externamente tomara la forma de la catástrofe más indeseable que podamos imaginar. En definitiva, cuando hablamos de karma o misericordia no nos referimos a lo que esté ocurriendo en sí, sino a determinadas influencias que nos llevarán a percibir dichos sucesos de una forma u otra.
Unos días atrás un querido amigo me consultó acerca de posibles “fórmulas mágicas” (mantras, kavacas, yajñas, rituales, etc.) para intentar contrarrestar toda posible influencia del virus a nivel personal, ser protegido de las famosas “tres miserias” (aquellas que provienen de fenómenos naturales, de otros seres vivientes o de nosotros mismos), etc. Aunque respeto a quienes decidan ocuparse en tales medidas preventivas de acuerdo a su fe y adhikara (elegibilidad) en la práctica, personalmente considero que, como aspirantes a la escuela de pensamiento en la que nos encontramos, la más favorable postura será siempre considerar que Sri Krishna de hecho nos protege y protegerá, pero no tanto en la forma de que “ciertas cosas no nos pasen”, sino más bien concediéndonos la visión apropiada para atravesar toda prueba que llegue a nuestra vida.
Aquella protección que verdaderamente necesitamos no será entonces contra el coronavirus ni ninguna otra enfermedad infecciosa, sino en relación a nuestros propios deseos egoístas, a nuestro falso sentido de superioridad que aún nos lleva a considerarnos centro y controladores, y por ende entrar en pánico cuando la realidad se nos empieza a mostrar de una forma que contradiga nuestras presentes y distorsionadas creencias sobre quiénes somos supuestamente. Un verdadero aspirante a la devoción espontánea que el Gaudiya Vedanta propone no estará realmente interesado en solicitar protección alguna, y en caso de hacerlo, él/ella orará fervientemente, como diría mi venerado Thomas Merton (otro héroe de lo desconocido), “no tanto por recibir (de Dios) circunstancias a la altura de mis capacidades, sino por recibir capacidades a la altura de las circunstancias”.
Sin duda alguna nos encontramos en una circunstancia única en toda nuestra historia como humanidad, todo lo cual se traduce como una extraoridinaria invitación para desarrollar las capacidades necesarias para afrontar los presentes acontecimientos, sin que lo desconocido devore nuestra determinación, y más bien comprendiendo que es allí (en lo desconocido) donde siempre yacerán aquellas respuestas que aún no encontramos, y que muy posiblemente sean las que necesitamos escuchar para resolver aquellos dilemas que aún hoy en día nos mantienen en vela.