¿Existe el amor propio para un trascendentalista? O mejor aún, ¿qué es el amor propio? O incluso mejor aún, ¿qué es el amor y qué es propio?
El día de ayer recibí una invitación a expandir esta idea, sobre la cual interesamente ya venía cavilando a lo largo de esta pasada semana: qué significa “amarse a uno mismo” dentro del marco del bhakti, el cual promueve como meta última el desarrollo de la más dedicada auto-abnegación y olvido de sí mismo, en el marco del amor por Dios. ¿Hay lugar para el amor propio en semejante ideal? Y en caso de que así fuese, ¿qué forma toma y en qué etapas?
Una cosa será nuestra meta última, pero algo considerablemente diferente (aunque tampoco tan diferente) será no haber llegado aún allí, pero sincera y fervientemente anhelar hacerlo, y por ende ajustar todo lo que resta por ser ajustado con semejante objetivo en mente. En dicho contexto, sí habrá lugar para el amor propio, tal como lo solemos entender. Pero debemos a su ver comprender qué significa esto (especialmente para un aspirante a la devoción pura) pues de no tener en claro qué es el amor ni quién soy yo, en el nombre del amor propio podremos crear los más grandes estragos que podamos jamás imaginar.
Estrictamente hablando y en su más excelsa presentación, la palabra “amor” anulará de inmediato de inmediato toda posible infiltración de interés separado alguno, hablándonos más bien de una entrega natural y abosluta hacia el más elevado objeto de nuestro afecto. Así, el amor incluye a alguien más, y para que la experiencia amatoria no se vea manchada por el impulso egoico, se requiere que ese alguien más esté lo suficientemente bien situado como para respetar los códigos del amor, y no confundirlo con cualquier otra cosa. Este mismo espíritu se esperará de nosotros, y únicamente mediante dicha reciprocidad comenzaremos a hablar en serio acerca de esta palabra, la más utilizada y menos entendida en la historia de la humanidad.
Amarnos a nosotros mismos, al menos de acuerdo con la óptica del Vedanta devocional, automáticamente incluye una conexión con nuestra fuente, siendo que somos seres eternamente vinculados, lo sepamos o no, lo querramos aceptar o no. Y dicho vínculo ha de existir en relación a nuestro punto último de sostén, el cual va más allá de nosotros mismos pero al mismo tiempo nos invita perpetuamente a avanzar en su dirección. Sí, dicha fuente es denominada como Dios o, más específicamente en el léxico Gaudiya, Sri Krishna.
Thomas Merton dejó esta idea en claro tiempo atrás: conocerme a mí mismo necesariamente incluye el conocer a Dios, y conocer a Dios necesariamente incluirá el conocernos a nosotros mismos. No hay posibilidad de que uno sea conocido independientemente del otro, pues la existencia última de ambas partes se haya eternamente ligada con la otra. De esta manera, amarnos a nosotros mismos será otra forma de decir “amar a Dios”. Y si logramos desarrollar semejante amor, esa será la mayor muestra de afecto que podamos prodigar a nuestro propio ser, el cual no existe separado de su divina fuente.
Ahora bien, una cosa es llegar allí y otra hablar sobre ello, aún a la distancia. Por lo que para aquellos que por el momento contemplan este ideal no tan de cerca, otra serie de consideraciones serán permitidas en el nombre de dar nuestros primeros pasos en el amor propio: mientras que en la etapa última amor propio será sinónimo de amor divino, mientras este último no esté allí, el amor propio tendrá que expresarse entonces reconociendo que aún no poseo amor divino, y permitiéndome aceptar semejante condición presente, para únicamente desde allí poderla superar y así continuar avanzando hacia mi meta.
Ya sea dirigida hacia nosotros mismos como desde ya también a los demás, la aceptación se mantiene siempre como toda una genuina muestra de afecto, pues una de las mejores formas de expresar mi cariño para con alguien es, por empezar, permitirle ser quien es, aceptarlo tal como es hoy sin juicios definitivos ni conclusiones precipitadas, y sobre dicha base animarlo y acompañarlo para que alcance su potencial definitivo, y se convierta en todo aquello que de hecho puede llegar a ser. Y dentro del concepto del amor propio en una etapa inicial de nuestra práctica, ello tomará esta misma forma: lograrnos aceptar con errores incluidos, pues solo a partir de allí podremos aceptar todo aquello que aún no hemos podido aceptar.
Si no me permito ser quien hasta ahora puedo ser y más bien niego, castigo y torturo mi presente sentido de la existencia (por no ser quien “debería” ser), jamás seré entonces capaz de dar siquiera un solo paso en la dirección de un cambio real en mi vida. Por lo que antes de buscar trascender lo que fuera apresuradamente, primero debo tomarme el tiempo para reconocer como aquello a ser trascendido aún se encuentra allí dentro de nosotros, como parte de nuestra presente constitución relativa. Al no darnos permiso para aceptar este hecho y más bien condenar todo aquello que necesita ser humildemente reconocido, nos estaremos alejando más y más de un abordaje realista para con nuestra práctica, para con nuestra relación con el Supremo, para con nosotros mismos. Sí, anhelamos la pureza y aquello de lo más inmaculado, pero para alcanzar semejantes alturas debemos primero generalmente reconocer y permitirnos todo lo opuesto a ello, coexistiendo dentro de nosotros, y únicamente a partir de allí renacer definitivamente de entre nuestras propias cenizas.
Y este será tan solo un primer paso hacia el amor propio. Cada peldaño y capítulo de nuestro progreso requerirá una nueva expresión del mismo, en donde tenderemos hacia una cada vez mayor aceptación de la dulce voluntad divina. Pero previo a este tipo de dulce aceptación, sí o sí nos espera una más que interesante etapa, donde primeramente tendremos que aceptar todo aquello no tan dulce que aún nos acompaña y, en la medida en que nos atrevamos a hacerlo, desarrollaremos mayor y mayor capacidad para aceptar designios aún superiores, y finalmente ser arrojados por siempre al eterno océano de la más dulce realidad, y la más dulce aceptación: nosotros mismos como seres totalmente integrados, escogiendo voluntariamente consagrar cada átomo de nuestra existencia al íntimo y amoroso servicio de Sri Krishna o, en otras palabras, de nosotros mismos.