Además del renombrado uso y presentación de términos tales como la deconstrucción y el logocentrismo, el contemporáneo y famoso filósofo francés Jacques Derrida recurrió sustancialmente a un más que interesante concepto griego, conocido como aporia.
Aporia se traduce como “perplejidad/asombro”. Esta idea intenta hablarnos sobre la importancia de la duda y la incertidumbre, dentro del proceso de la propia evolución. En otras palabras, el estar confundido y desconcertado ante determinados conceptos y planteamientos desafiantes no necesariamente representará un síntoma de debilidad o estupidez, sino muy probablemente (en las palabras de Derrida) “la marca central de la madurez”.
Él enfatizaría qué tan a menudo debería el ser humano estar al tanto de este concepto así como estar dispuestos a visitarlo sobre una base regular, concibiendo a la confusión no como un mero callejón sin salida sino como (nuevamente en las palabras de Derrida) “aquel síntoma característico de la adultez mental”.
Desde ya que también la duda y el desconcierto pueden ser tranquilamente vinculados a la oscuridad y la ignorancia, pero todo ello siendo bien encaminado, naturalmente acarreará una presentación más desarrollada de sí mismo en la forma de una renovada perspectiva de la realidad. Y esta es justamente la intención de Derrida al ensalzar aporia, así como una de las marcas registradas de su abordaje filosófico en general: siempre intentar extraer valores positivos y progresivos de todo, muy en especial de aquello que en general suele ser considerado como “inferior a”.
Dentro del pensamiento de Oriente podremos a su vez encontrar más de un paralelo a esta propuesta, tal como aquel que encontramos en la tradición budista zen, en la forma de koan: este término se traduce como “problema”, el cual generalmente suele presentarse en la forma de un aparente acertijo, el cual deberá ser resuelto por el practicante a través de zazen, o meditación sentada. Uno de tales ejemplos dirá: “Sabemos cómo suenan dos manos aplaudiendo, pero ¿cómo suena una mano aplaudiendo?”. Si aspiramos a responder que esto sería absurdo y lógicamente imposible, de inmediato nos veremos descualificados para este tipo de procesos, en los cuales sus seguidores pueden pasar noches enteras o incluso décadas, hasta finalmente lograr resolver dichos enigmas en lo más profundo de su ser. Y tal vez dicha solución será entender que el acertijo era en sí indescifrable, al menos para la propia capacidad lógica y racional, abriéndose así las puertas a una manera diferente de intentar concebirlo todo.
Lo que aquí en verdad se buscará es llevar a la mente a un tipo de agitación en donde finalmente la misma se sienta exhausta, comprobando los límites del mismo pensamiento y encontrando nuevas formas de abordar y responder a la realidad y sus diversos planteamientos: así, el koan parece ser un ejercicio ilógico debido a que la razón procede dentro de determinados perímetros estructurados. PEro fuera de tales perímetros, propuestas como el koan, aporia y tantas otras no representarán algo inconsistente, sino que poseerán su propia lógica. De hecho, panoramas como este existieron incluso en pensadores cristianos Kierkegaard, quienes consideraban la paradoja de la encarnación (el absurdo lógico del infinito volviéndose finito o de Dios convirtiéndose en hombre) como el más gratificante de todos los ejercicios cristianos.
Otro importante paralelo es hallado en el marco del Vedanta devocional, a través de la famosa invitación que Sri Krishna hace a Arjuna al invocar el vocablo pariprasnena el cual, estrictamente hablando, implica una invitación hacia la duda: se espera que todo discípulo indague honestamente, y a su vez se espera que dicha búsqueda florecerá en la forma de determinados estados de cuestionamiento, contradicción y oscilación, todo lo cual permitirá indagar desde el lugar apropiado y así encontrarnos con aquella respuesta que, en conjunto con la pregunta presentada, permitirá al estudiante alcanzar el tan anhelado (y continuo) estado de madurez interna que todo aspirante concibirá como permanente meta.
De esta manera, perpetuamente se nos sugiere permanecer en el rol de eternos pupilos y nunca terminar de estar absolutamente seguros de nada, en el sentido de mantenernos siempre abiertos a la posibilidad de abordar y degustar la realidad en nuevas y mayores formas, cada vez más amplias, profundas y significativas. Siendo que componentes como la (verdadera) fe serán cruciales en dicho viaje, deberemos a su vez entonces saber cómo combinarla apropiadamente con las justas medidas de duda, desconcierto y contradicción, para que esa particular mezcla exacta dé así lugar a la más genuina de todas las indagaciones, todo lo cual a su vez atraerá cual magneto a la más necesaria de todas las respuestas, garantizando así todo genuino progreso.