Si existe un departamento en el que todos necesitamos tomar guía y refugio en algún momento de nuestras vidas, ese es el de la misericordia sin causa. Y más que “durante algún momento de nuestras vidas”, somos informados que a cada paso y respiro nos encontramos siendo mantenidos, nutridos y agraciados muy por encima de todo mérito personal, siempre recibiendo más de lo que en verdad tendríamos que merecer. Al menos este criterio ha de aplicarse a aquellas almas que comprueban la necesidad de esta influencia, y que obran de tal forma de quedar liberados del influjo de la justicia (karma) en este plano.
Hablar de misericordia (o gracia sin causa) será entonces hablar acerca de un plano que reside muy por encima de nuestro propio mérito y capacidades, pero que aún así se vuelve alcanzable y accesible en la medida en que reconozcamos nuestra dependencia de él. En otras palabras, para concebir que algo como la gracia divina existe, deberemos ante todo corroborar nuestras propias limitaciones a incapacidades una y otra vez, sin que ello resulte en desánimo alguno, sino en la simple conclusión de que, si hemos de buscar grados más sustanciales de experiencia, necesariamente tendremos que asociarnos con otra categoría de agencias.
Ahora bien, el punto aquí es qué tanto nos cuesta por momentos reconocer nuestras propias limitaciones. De hecho, se dice que pocas cosas hay más dolorosas como uno tener que reconocer a sí mismo todo ello. El problema con esto es que en esa misma medida en que no deseemos establecer nuestros propios límites, en esa misma medida estaremos intentando hacer más de lo que en verdad podemos por el momento, quizás comparando nuestra situación con la de otros y así incurriendo en la posible imitación, la cual suele ser un desenlace natural a la hora de compararnos con alguien. Y como bien una vez Ralph Waldo Emerson dijo, “la imitación es suicido.”
Con esto no quiero decir que uno no pueda superarse ni ser mejor de lo que ya es, pues de hecho no exista otra ley aparte de esa en la vida: desarrollo, adaptación, progreso, cambio. El punto es cómo concebimos esa posibilidad en nosotros: ¿dentro del marco de la justicia o extendiendo su alcance a la esfera de la gracia? En otras palabras, si intentamos auto-superarnos dentro de un contexto kármico, nuestra misma auto-superación se verá limitada por aquella justicia que rija sobre tal esfera, y nuestro potencial de desarrollo se verá asimismo limitado a dicho alcance. Por otro lado, si concebimos nuestra necesidad de transformación en lo que es el perímetro de la misericordia, también llegaremos a ser más de lo que hoy somos, pero contando esta vez con todo un mundo de posibilidades provenientes del departamento de la amnistía divina.
Así, si a diario nos sentimos desanimados, muy probablemente ello esté surgiendo debido a la frustración relacionada a uno tratar de cambiar dentro del marco limitado de la justicia, en lugar de buscar nuestro futuro en la agencia de la gracia. Pero nuevamente, dicha gracia tiene un precio, altísimo de por sí: aceptar hasta dónde podemos llegar a ser por nosotros mismos, asumir nuestras limitaciones desde una óptica saludable y alegre y por sobre todas las cosas, comprender que aquello que la misericordia sin causa busca darme será algo que no podré capturar mediante otro método y que, una vez recibido, nada podré hacer para algún día terminar de merecerlo. ¿Estamos dispuestos a convivir con una serie de regalos los cuales jamás mereceremos?: un tipo muy especial de humildad se requerirá para ello, el cual suele ser un precio mucho más alto que simplemente elegir padecer nuestro fruto kármico en el marco de la justicia.
En conclusión podríamos declarar que, como aspirantes a la gracia divina, el hecho de aún seguir padeciendo diversos frutos kármicos puede ligarse a que aún no nos disponemos a adoptar la humildad requerida para convivir continuamente con un logro eternamente inmerecido como lo es la gracia, y por momentos la arrogancia nos hace ceder y elegir “aquello que merecemos”, por encima de aquello que necesitamos. Como una y otra vez hemos dicho, la injusticia no existe: existe o la justicia infalible en la forma de la ley cósmica/educativa del karma o la existe la (si deséasemos llamarla así) la “injusticia divina” incluída en la gracia sin causa, en donde sin duda alguna estaremos recibiendo algo que no merecemos ni mereceremos (algo que no es ni será justo) pero que en este caso sí requerimos urgentemente, sobre todo si aspiramos al contacto con la trascendencia.
¡Que viva la injusticia…aquella única que puede realmente existir!