Encontrábame ayer Domingo en Nueva Vrindavana, hogar de Sri Sri Radha-Madana-mohana, oyendo a uno de mis siksa-gurudevas hablar acerca de los muchos posibles deseos que pueden acompañar a un sadhaka en su travesía devocional, y cómo tales deseos pueden incluso hallarse presentes detrás de ofrendas y servicios muy nobles y destacados. Nada nuevo ni sorprendente en un sentido, pero sí a la vez, en donde una vez tras otra uno es invitado a esta importante palabra: reconsiderar. La reconsideración implica el nunca terminar de estar suficientemente seguro como para emitir opiniones absolutas y conclusivas acerca de nada, sino más bien concebir lo infinito de la naturaleza divina y su expresión multidimensional, a cada paso y respiro de nuestra existencia. Así, intenté disponerme dentro del marco de la reconsideración, y el resultado de ello son las palabras aquí compartidas el día de la fecha.
Al hablar acerca de los múltiples posibles deseos que motivan nuestro accionar en el ámbito del bhakti, Srila Tripurari Maharaja supo explayarse acerca de cómo nuestra intención puede ser sin duda alguna sincera, y la actividad/ofrenda presentada también lo será, pero en simultáneo pueden aún existir diversos vestigios (o más que ello) de deseos y/o necesidades personales, tal vez de índole psico-emocional, en donde nuestra ocupación devocional queda en cierto nivel diluida por un requerimiento que aún concebimos como separado. Desde ya, nada de ello debería implicar neurosis alguna, sino más bien una sana aceptación de tales capítulos, y sobre dicha base humana continuar proyectando una cada vez más depurada presentación.
Así, entre medio de dicha narrativa surgió el concepto de aquello que usualmente llamamos “prédica” dentro del ámbito Gaudiya contemporáneo: evangelización, proselitismo, diseminación del mensaje o mejor aún, pracar. Por pracar entendemos un muy especial (pra) tipo de conducta (acar), la cual desborda por sobre nosotros y logra salpicar a otros seres, inspirándoles en su trayectoria supramundana. Ahora bien, mientras que la prédica representa sin duda alguna toda una terapia ocupacional para la gran mayoría y una generosa extensión del reglo divino tocando y salvando a infinidad de seres, la misma debe a su vez ser muy bien delineada en cuanto a sus límites y propósitos, para no terminar subestimando ni sobre-estimando su rol y aplicación específicos.
Por empezar, la prédica no es la meta de la vida. El amor divino sí lo es. Así, nuestra labor de difusión debería ser realizada de tal forma que la misma sea ejecutada en pro de nuestra propia purificación ante todo, lo cual culminará en última instancia en el área del prema-bhakti. Mientras que en un comienzo el practicante concebirá a la prédica en términos de “alcance inmediato” (lo cual será perfectamente apropiado para tal etapa), en etapas avanzadas la concepción variará notablemente: de sentir que “yo ayudo a otros” a sentir que “otros me ayudan a mí”. ¿De qué forma aquellos que reciben mi discurso me extienden su generosa ayuda? De muchas desde ya, pero en resumen podríamos decir que en etapas avanzadas, el predicador no logra concebir su discurso como algo separado de su propia necesidad de depurar su propio corazón y así, aquellos quienes extiendan su atención a lo que uno tenga para decir estarán confabulando favorablemente para que el predicador se siga volviendo un mejor practicante y por ende, un mejor predicador.
Existe entonces todo un mundo de “niveles motivacionales” dentro del ámbito del proselitismo devocional: desde continuar externamente con la ayuda a otros siendo aún impulsados por complejos de superioridad o deseos separatistas ocultos, hasta el otro extremo en donde quien predica se siente más y más inclinado hacia la meta última de la vida, en relación a la cual la prédica se volverá un medio. Pues si conducimos nuestra campaña de redención con la esperanza de liberar al mundo entero y así “vaciar la galaxia” y que todas las jivatmas vayan a parar a Goloka Vrindavana, más allá de la buena intención presente allí debemos comprender que existen infinitas galaxias e infinitas almas continuamente habitándolas, desde un punto sin inicio. En otras palabras, el sristi-lila de Bhagavan continuará sin importar qué tan buenos predicadores seamos, pues siempre existirán “nuevas” almas condicionadas que continúen poblando los ilimitados universos. Esto no será desde ya excusa para evadir el factor compasión, pero sí nos otorgará un marco dentro del cual podamos darle objetividad a nuestros esfuerzos, y que los mismos se vean llevados por nociones cada vez más realistas y encuadradas en las conclusiones reveladas.
La prédica podrá ser entonces todo un medio para la meta, pero solo lo será si lo concebimos y abordamos apropiadamente. La misma también puede volverse un obstáculo en nuestro alcance del pañcama-purusartha, el quinto y último objetivo a experimentar. Como absolutamente todo en la vida, si no tenemos un entendimiento básico apropiado (sambandha) todo tiene el potencial de volverse un elemento que contraiga nuestra conciencia en lugar de expanderla, incluso aquello que posee el potencial de catapultarnos hacia el amor divino. La meta de la vida no es predicar, pero el predicar debería realizarse de forma tal que nos atraiga más y más hacia la meta de la vida.
La meta de nuestra vida es algo muy puntual y específico, nada abstracto ni genérico: un tipo particular de amor, dirigido hacia un tipo particular de expresión de la divinidad, en un tipo particular de morada donde predomina un tipo particular de psicología. Por ende, un ideal tan definido y preciso debe ser aprendido y abordado gradualmente, con la mejor de las punterías/asociaciones: como Gaudiya Vaisnavas, nuestro objetivo es una clase de prema (generalmente dentro del marco de madhurya o sakhya-bhava) por Sri Hari en la tierra de Vraja, todo ello llegando a nosotros mediante el “filtro” del gaura-lila y su incomparable audarya.
De esta manera, así como en un comienzo nuestra práctica será quizás un tanto imprecisa y vaga en cuanto a este tipo de detalles teológicos, asimismo lo será muy probablemente nuestra prédica, todo desde ya cumpliendo todo un propósito en esa determinada etapa. Pero en la medida en que el sadhaka avance hacia instancias más evolucionadas (como nistha, ruci, asakti, etc.) su concepción de la práctica (e idealmente por ende su misma práctica) se volverá más refinada y puntual, todo ello naturalmente afectando su pracar, y haciendo de ello un tipo de prédica muy poderosa, concreta y definida, todo lo cual será sin duda alguna algo más que necesario para aquellos practicantes que se encuentran en esa misma etapa, o sinceramente aspirando a ello.
Así, cuanto más avancemos mejor concebiremos la naturaleza del servicio, el objeto último de servicio y nosotros como intermediarios (o vehículos) de todo ello. Descubriremos toda una tierra que está hecha de amor y de posibilidades de servicio, en donde nuestros ofrecimientos serán más que bienvenidos, y así somos invitados a debidamente trasladar nuestras concepciones desde este mundo hacia el otro, comprendiendo que si aquí existe una necesidad de servicio en determinados términos, ¡cuánto más será necesario dicho servicio en el plano supremo, compuesto exclusivamente de servicio y la necesidad de él! Ahora bien, en el último de los casos la necesidad de servicio no tendrá que ver con aliviar condicionamiento alguno (pues no habrá nadie allí que requiera semejante tratamiento), sino con otorgar una cada vez mayor satisfacción al objeto de nuestro afecto, por lo que nuevamente no encontramos con la definición ideal de servicio, en donde nuestra motivación será justamente esa: dar placer al amado, y que todo lo demás (prédica en este plano incluida) surja en todo caso como un sub-producto de ello.
En conclusión, ser gosthyanandi (o “aquel que encuentra dicha en compartir el mensaje con otros”) no representa algo efímero, inferior o innecesario, pero sí todo ello debe aprender a ser complementado con el lado bhajananandi (“aquel cuyo gozo se deriva de la práctica”) de uno, del cual de hecho dependerá el primero. En las palabras de Srila Prabhupada Bhaktisiddhanta, “un gosthyanandi es un bhajananandi que predica“, por lo que en la medida en que nos aboquemos al bhajana, nuestra misma prédica no solo evolucionará hacia quienes nos escuchan, sino también para con nosotros mismos, pasando a cumplir funciones más específicas y ligadas al logro último de todos nuestros intentos. Por lo que si alguien les pregunta “¿para qué predicar?”, espero que aquí tengan una buena respuesta, tanto para quien pregunte como para quien responda.