En mi adolescencia ya no tan temprana, recuerdo haberme encontrado casi obsesionado con el contenido entregado por Friedrich Nietzsche, su visión e ideales básicamente renancentistas. Aunque veinte años después mi propia visión e ideales han variado considerablemente respecto a su persona, un día como hoy viene a mi mente uno de sus tantos y conocidos conceptos: el eterno retorno. Aunque originalmente esta idea implica el cómo toda energía y existencia se manifiestan de forma recurrente e infinita (todo ello muy similar al tiempo cíclico de Oriente), en esta ocasión deseo utilizar meramente estas dos palabras, para referirme a algo del todo diferente, aunque en cierto punto similar: las despedidas no existen.
Digo esto último pues, entre otros eventos, me encuentro pasando mis últimos días en los Estados Unidos, luego de un impensado medio año en estas tierras (siendo mi plan original el permanecer solo un mes aquí). Por otro lado, el día de ayer participé de un encuentro al aire libre (distanciamiento social de por medio) en un sitio que, aunque originalmente fue adquirido con el propósito de desarrollar una comunidad devocional allí, se encuentra estos días en proceso de venta, siendo que el proyecto no logró fructificar como había sido planeado. Así, dicho encuentro representó para más de uno un tipo de despedida y última visita a dicho espacio. Pero, ¿qué tan despedida es una despedida realmente? O ¿existe algo aparte de una despedida en tales momentos?
Intentando reflexionar al respecto, llegué por empezar a la conclusión de que no soy una persona amante de las despedidas. Sinceramente no considero que ello sea debido a un mecanismo antisocial de mi parte, o a un desfasaje emocional que no me permita conectar con tales momentos. Más bien, no termino de rendirme ante la idea de una despedida, en el sentido de concebir tales momentos como pozos nostálgicos inagotables, innecesarias lamentaciones excesivas por “aquello que no fue”, y que muy probablemente no debería haber sido (pues sino no hubiera ocurrido). En verdad, me atrevería a decir que aquellos que se aferran ciegamente al plano de las despedidas son aquellos que no terminan de aceptar las cosas tal como tienen que ser.
En verdad, lo que algunos interpretan como despedida no es más que un nuevo comienzo: en lugar de quedar atascados en el capítulo que se cierra, estamos siendo invitados a pasar al capítulo que se abre. Una despedida es una vuelta de página, para habitar un nuevo mundo, un nuevo nivel de existencia, una nueva página en blanco que habrá de ser llenada con un contenido diferente al de la página anterior. Nadie quiere leer un libro cuyas páginas digan todas exactamente lo mismo. Asimismo, una “despedida” representa en verdad toda una bienvenida, para aquellos dispuestos a recalcular, recomenzar y reorientar sus pasos en una dirección cada vez más acertada.
En la tradición Gaudiya Vaisnava, celebramos el momento en que una persona santa se despide de este mundo. Pero aunque desde ya celebramos el logro de una muerte perfecta, lo que en verdad estaremos celebrando en última instancia no es tanto su desaparición de este plano, sino su aparición en otro plano, más elevado y profundo. Aunque dicho evento se esté llevando a cabo más allá de nuestra percepción sensorial, estamos seguros de que la verdadera celebración acontece únicamente allí, en aquel “sitio” (estado de consciencia) que yace muy por encima de lo que la mente y sentidos nos permiten captar. Y es aquí donde llega a nosotros el valioso concepto de saragrahi.
Saragrahi se refiere al buscador de esencia, a aquel que se desvive por capturar el principio activo de todo, sin jamás quedarse en formalismo alguno. Un buscador de esencia solo tendrá ojos para lo invisible, lo cual es paradójicamente invisible a los ojos. Un saragrahi no sobreestima el rol de la forma, pues sabe que ello llevará a subestimar el valor de la sustancia real de las cosas. Más bien, él/ella se encuentra abocado a una apasionada expedición, intentando capturar el próximo llamado sustancial, de donde sea que esté llegue, en la forma en que desee presentarse.
Un clásico ejemplo a este respecto es el de Pariksit Maharaja. Como su nombre lo indica, Pariksit fue todo un buscador de esencia: “pari” se traduce como “en todas las direcciones” e “iksa” se refiere al acto de observar. Así, él se mantenía contemplando atentamente la próxima manifestación de realidad sustancial en su vida. Y es él quien, habiendo sido destinado a morir en siete días, como emperador del mundo entero, terminó aceptando como guía última a un joven de 16 años que apareció desnudo ante sus ojos, pero Pariksit tuvo justamente los ojos para apreciar cómo dicha personalidad, Sri Sukadeva Goswami, era un alta iluminada del más elevado orden. Así, aunque no sea usual que un gobernante superlativo acepte la guía de un adolescente sin ropaje alguno, Pariksit logró capturar la esencia del momento, y alcanzó eventualmente la máxima redención. Su espíritu saragrahi le condujo en la búsqueda apropiada.
Similarmente, en nuestra vida infinidad de circunstancias desfilarán ante nuestros ojos, naciendo y muriendo, comenzando y finalizando, recibiéndonos y despidiéndose de nosotros, una y otra vez. Y ante semejante escenario, nuestro deber no es otro más que concentrarnos en la esencia permanente que toda forma externa transporta, sin vernos excesivamente distraidos por el vehículo ni el envase particular que se haya presentado esta vez ante nuestros sentidos. Esto último seguirá mutando sin interrupción alguna, siendo esta la naturaleza en flujo de este plano. Lo permanente debe volverse cada vez más nuestro foco de abosrción exclusiva.
La voluntad divina es del todo críptica, enigmática y casi imposible de descifrar. A menos que adoptemos el espíritu saragrahi, con plena humildad y disposición de carácter, los movimientos del mundo continuarán desconcertándonos más y más, en continuo aumento. Así, lo que hoy percibimos como una despedida no es más que un eterno retorno, pues no estamos en verdad yéndonos de ningún lado a ninguna parte, aunque por fuera sí pueda así parecerlo: como seres conscientes e inmutables, nuestra naturaleza eterna se mantiene fija y sin ser tocada por las bienvenidas y despedidas de esta esfera particular. Más bien, se nos recomienda adentrarnos en el plano del tiempo eterno, en donde todo transcurrirá en un interminable flujo extático.
Mi conclusión es que entonces no existe despedida alguna, sino más bien la posibilidad de un continuo y permanente retorno, una cada vez más amplia chance de sumergirnos aún un poco más en el insondable océano de las experiencias del alma y su potencial en relación a su fuente. Por más que por fuera un cuerpo se traslade de un país a otro y un proyecto devocional se cierre y otro se abra por fuera, dentro del área del alma otro tipo de horizontes se mantendrán siempre abiertos, siempre activos y siempre dispuestos a darnos una perpetua bienvenida, sin despedida alguna.
Muchas gracias por esta contemplación tan saragrahi… Me recordó esta frase “No vuelvas sobre tus pasos, ni recojas los residuos de tus días, siempre es posible algo nuevo, evita luchar por lo que no llegó a ser”; como ud mismo lo dice (o así lo entendí) aunque en forma pueda o no ser igual, en sustancia yace renovándose como la materia prima de la “misma forma” o diferente. Jaay por todo lo que venga en este espíritu para todos! =)