Lealtad. Instituciones. Identidad. Cada una de estas tres palabras representan en sí mismas poderosos símbolos, con abundante contenido y de las más cruciales implicancias, tanto a nivel positivo como negativo. ¿Qué decir cuándo las tres eligen convivir y saborear los frutos de semejante combinación?
Días atrás me topé con un interesante artículo, de esos que quedan sonando por dentro por días, semanas y más aún. El mismo abordaba algunas de las tantas posibilidades al uno combinar estos tres términos, especialmente hablando de cómo uno suele unirse a una institución en busca de una identidad, y cómo para uno perpetrar dicha identidad adquirida, la lealtad aparecerá en escena como un método aparentemente infalible al respecto. Y de hecho así lo será, siempre y cuando trabajemos con la idea apropiada de qué es no solo lealtad, sino qué significa adquirir una identidad, así como participar de un grupo determinado.
Partamos ante todo de una idea elemental: no podemos sobrevivir sin identidad. Por ejemplo, nuestro ego actual representa todo un punto de referencia para nosotros sobre el cual descansamos y conservamos cierto grado de sanidad mental. Si ello nos sería quitado y aún no tendríamos la capacidad de sostenernos a punta de una identidad espiritual plena, la esquizofrenia sería el siguiente capítulo. En otras palabras, a cada uno de nuestros pasos intentamos afianzar un sentido del ser, consolidar aquello que creemos que somos, que desearíamos ser, etc. Esta idea tiene sus aplicaciones tanto en la esfera temporal como atemporal. Comenzando por la primera, podríamos entonces decir que siendo que cada uno de nuestros movimiento apunta a conservar nuestra identidad, el unirnos o participar de agrupación alguna (no solo religiosa/espiritual), también cumplirá ese mismo propósito. De esta forma, si trabajamos para una determinada compañía se nos proveerá de un sentido de identificación con la misma, pues sin ella no seríamos unidades funcionales al servicio de la causa común. Y a través de un sentido de la identificación, sigue naturalmente una identidad.
Una vez adquirido dicho sentido del ser (en una esfera u otra), si el mismo nos resulta satisfactorio (o al menos nos permite “ser”, en el sentido que nos brinda al menos un tipo de personalidad) buscaremos cuidar y desarrollar ello, estando dispuestos a pagar cualquier precio eventualmente, si algo aparenta amenazar dicha singularidad. Es así como hemos visto infinitud de personas arriesgando o perdiendo su propia vida en pos de un ideal, lo cual generalmente podría traducirse como un sentido de lealtad hacia una agrupación/institución en particular. En otras palabras, mediante dicha fidelidad tales personas se cuidaban en última instancia a sí mismos, puesto que la lealtad exhibida tenía en última instancia que ver con el sentido de singularidad que habían proyectado y desarrollado en base a aquella/s agrupación/es que les proveyeron de una identidad.
Ahora bien, regresando al artículo en cuestión, el mismo nos invita a considerar muchos los contras de incurrir en un tipo de adhesión en donde tanto la identidad, institución como lealtad dejan de ser principios saludables, y conspiran entre sí para acabar justamente con esos tres tan importantes conceptos. Por ejemplo, allí se declaraba que “la lealtad puede llevar a las personas a actuar en una forma que es en última instancia destructiva para aquella institución que deseen proteger”. ¿Cómo podría acontecer ello? Pues de muchas formas, pero sobre todo manteniendo una noción poco dinámica de cómo la lealtad debería aplicarse, y qué forma será la necesaria no solo para cada etapa del practicante, sino para cada etapa de la institución también. Tal como personas, una institución experimentará un nacimiento, crecimiento, desarrollo y probablemente decaimiento, así como las muchas tribulaciones y desafíos que acompañan a todo proceso ligado al área de lo impermanente. Y esto incluso puede afectar (quizás más aún que el resto) a aquellas agrupaciones centradas en principios espirituales.
Esto último ocurrirá debido a que si alguien se une eventualmente a una institución espiritual, idealmente lo estará haciendo motivado por una profunda búsqueda existencial, todo ello ligado a la obtención de una nueva identidad, o a la actualización de la que ya se tiene. Sea como fuere, el punto es que toda institución religiosa/espiritual proveerá (mediante sus mandatos, conceptos, prácticas e ideales) todo un renovado sentido del ser que muy probablemente haga a más de uno sentir que ha encontrado el sentido de su vida. Y quizás ello haya sido así, pero el sentido de la vida no es una abstracción estática, sino una óptica en continua renovación. Asimismo, nuestra identidad debería estar a la altura de ello, y por ende las instituciones deberían proveer un sentido de la lealtad vibrante y enérgico, y así todo ello dar lugar al desarrollo eventual de una identidad eterna en la plano último, donde todo se encuentra danzando bajo la guía de un perpetuo movimiento amoroso.
El problema es cuando todo esto, que suena de por sí idílico y atractivo, no ocurre. Cuando en lugar de ello, establecemos objetos de adoración inertes, y nuestra concepción de la lealtad se limita a una membrecía institucional, o al hecho de memorizar y repetir pero no trascender lo aprendido y re-descubrirlo en una nueva síntesis, más elevada aún. Otra variante de estancada institucionalización es cuando la institución no se centra en la institución de forma explícita, pero sí lo hace de forma implícita, al centralizar la figura de un líder que pasa a ocupar un rol absoluto hasta tal punto, que la función básica y única de los seguidores será seguir sin cuestionar todo lo dicho, o meramente invocar un “sí” que no entiende por sí mismo aquello a lo cual está asintiendo. Pues desde ya pueden (y deben) haber líderes iluminados en toda agrupación mística, pero ello jamás será sinónimo de que sus miembros se hayan quedado sin identidad propia o, peor aún, que consideren que el rol de su identidad será afirmar, defender y proteger todo aquello que les sea dicho, comprendiendo ello como el sentido y aplicación última del principio de la lealtad.
Desde ya, existe lugar para semejante expresión de castidad. Pero deberá haber también un mayor espacio para expresiones más abarcativas y sustanciales de dicho mismo principio, las cuales incluirán la posibilidad de disentir, aceptar aparentes contradicciones y enfrentarnos al desafío de tener que armonizar aquello con lo que incluso no estamos ni estaremos de acuerdo, pero que quizás sea de todas formas válido en el caso del otro, ya sea inferior, superior o igual. Así, muchas de las actitudes que tomamos ante la institución a la que pertenecemos estará hablando claramente de cómo nos vemos y relacionamos con nosotros mismos. Y como mencionamos, quizás en un comienzo un novato (en la práctica y agrupación que fuere) considerará que todo está bien y que él/ella conoce a la perfección aquello que está haciendo, mientras que un practicante más avanzado experimentará desconciertos que será deconocidos para el primero, pero que serán atravesados, resueltos y sintetizados en un espíritu superior, llevando a conclusiones más sostenibles, las cuales muy probablemente sean las que realmente actúen como pilares de la institución a la que pertenecen.
Todo miembro honesto de una institución será igual de valioso, pero no ello no quiere decir que todos estén haciendo su aporte desde el mismo lugar, o en el mismo nivel. Así, un miembro adulto aportará ideas e incluso críticas constructivas que muchas veces actuarán como profecías de tipo preventivo, invitando a la agrupación a re-inventarse a sí misma y replantearse el propósito de ciertos conceptos y estrategias que quizás fueron útiles por décadas o generaciones, pero que hoy en día claman por un renacimiento. Así, una lealtad sustancial tendrá ver con este tipo de ojo y preocupación, la cual seguramente no sea entendida o apreciada por todos, en especial por aquellos que conciben lo leal como una adhesión de tipo enmudecido, y que imaginan lo positivo y armónico como un “intentar estar juntos por fuera sin pelear”, sin considerar que (además de ello) habrán muchas otras facetas que abordar a la hora de que algo siga creciendo. Así, personalmente prefiero ser alguien que no está seguro de ciertas cosas pero que intenta abordar cada situación desde sus diversas perspectivas, que alguien que no experimenta conflicto alguno, pero que tampoco está muy preocupado en reconocer la posibilidad de ello.
A este respecto también tenemos la importancia de estudiar y conocer la historia, el pasado. Muchas veces se nos recomienda enfocarnos en el presente y ello está bien, siempre y cuando comprendamos al presente como una síntesis donde también pasado y futuro se hallan presentes en cierta medida. Y siendo que las frases populares lo suelen ser por cuánto logran permanecer vigentes, citemos entonces la siguiente a continuación: “quien olvida su historia está condenado a repetirla”. Ello tendrá que ver con individuos particulares pero como ya dijimos también, con agrupaciones de dichos individuos. Así, muchos errores de cómo entendimos la lealtad en términos institucionales en el pasado, aún se siguen reproduciendo quizás en nuestro propio caso, por lo que negar el pasado puede también volverse un intento de negar el presente aún no resuelto.
En conclusión y citando una segunda y última frase del artículo mencionado, “el encubrimiento representa muy a menudo la acción de personas con autoridad, quienes erróneamente creen que están actuando de la mejor forma para proteger una institución, la cual en definitiva representa el núcleo de la propia identidad de uno”. Así, tanto desde el rol de liderar como de ser liderado dentro del perímetro institucional, nunca estará de más re-preguntarnos qué entendemos por ello, y desde qué lugar nos encontramos expresando nuestra lealtad pero muy por sobre todo, quién está detrás de todo ello: cuál es la lectura que tengo de mí mismo al participar en grupo alguno, y qué tanta contribución estoy dando/recibiendo desde ese tipo de identidad. Tanto la lealtad, las instituciones como nuestra identidad actual, son realidades que requieren de una continua actualización tanto por separado como una para con la otra, si hemos de proyectar saludables agrupaciones que promuevan el desarrollo del ser de formas más y más exitosas.